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Un jesuita herbolario: sobre especies venenosas y triacas en la Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano (1674), de Diego de Rosales
A Jesuit Herbalist: on Poisonous and Antidote Species in the Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano (1674), by Diego de Rosales

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 10, núm. 2,

Instituto de Estudios Auriseculares

Miguel Donoso Rodríguez

Universidad de los Andes, Chile

Recibido: 09 mayo 2022

Aceptado: 19 octubre 2022

Resumen: Enorme es el caudal de información botánica que maneja el jesuita Diego de Rosales en su Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano (1674). En su faceta de naturalista, que se despliega a lo largo del libro II, aborda también las propiedades venenosas y de triacas o antídotos de numerosas especies descritas en la obra, para las cuales lo más importante es la observación detallada y la experiencia personal, por sobre lo que dicen las fuentes eruditas. Todo esto en el marco de una evidente admiración ante la desconocida naturaleza que se despliega ante sus ojos a lo largo de más de cuarenta años de servicio en Chile, primero como misionero jesuita en el sur del territorio, luego como rector de colegios de la Compañía y finalmente como viceprovincial de la orden, cargos bajo los cuales recorrió los confines australes del continente americano.

Palabras clave: Diego de Rosales, crónicas del reino de Chile, jesuitas, botánica, venenos y triacas.

Abstract: The amount of botanical information handled by Jesuit Diego de Ro- sales in his Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano (1674) is enormous. In his labor as a naturalist, which is shown throughout the Second Book, he also deals with the poisonous properties and the antidote function of triacas (or anti- dotes), as well as of other species described in the work. For this description, the most important task is detailed observation and personal experience, for over and above what scholarly sources say. All this within the framework of an evident admiration for the unknown nature that unfolds before his eyes throughout more than forty years of service in Chile, first as a Jesuit missionary in the south of the territo- ry, then as rector of schools of the Company, and finally as Vice Provincial of the or- der, posts under which he toured the southern confines of the American continent.

Keywords: Diego de Rosales, Kingdom of Chile chronicles, Jesuits, Botany, Poisons and triacas or antidotes.

Enorme es el caudal de información botánica presente en los casi 850 folios que componen el manuscrito de la Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano (1674), del jesuita Diego de Rosales 1 , obra hoy considerada como la historia de Chile más importante escrita en el periodo virreinal. Aunque dicho caudal se concentra mayoritariamente en el extenso libro II de la obra, que el religioso dedica a la descripción natural de Chile, también figura este material diseminado ocasionalmente por otros libros. Cada lugar en que el padre Rosales estuvo destinado como misionero o que visitó como viceprovincial de la orden en Chile, le va a permitir desplegar sus dotes de observador nato, sobre todo con un sentido práctico, como veremos.

Nacido en Madrid probablemente en 1603, Diego de Rosales entró a estudiar en la Universidad de Alcalá en 1618. Tras graduarse de maestro en Artes a principios de 1622, en marzo de ese año ingresó en el noviciado jesuita de Madrid. En mayo de 1628, después de manifestar en reiteradas ocasiones su «deseo de Indias», fue autorizado a pasar a América, embarcándose en Cádiz con destino a Lima, adonde llegó en diciembre de ese mismo año. Allí debió cursar solo sus dos primeros años de Teología, porque en septiembre de 1630 pasó a Chile, donde culminaría sus estudios en Santiago, en el Colegio Máximo de San Miguel. El padre Rosales asumió muy pronto el desafiante encargo de dirigir la misión de su orden en Arauco, situada en el punto neurálgico de la zona de guerra donde se enfrentaban españoles e indígenas. Durante las casi cinco décadas que el escritor jesuita vivió en Chile no solo recorrió de punta a cabo su territorio varias veces, sino que conoció bien la cultura indígena de los diferentes pueblos que lo habitaban, llegó a hablar a la perfección su lengua, el mapudungun, y fue un gran amigo de los indios. Asimismo, conoció y experimentó de primera mano la realidad del naciente reino y fue una autoridad muy consultada por los gobernantes. Hacia 1656 se decidió a acometer la titánica tarea de poner por escrito una completa historia de la conquista espiritual y temporal de Chile. Buscando información para su relato Rosales se entrevistó con viejos conquistadores y misioneros a los que tiró de la lengua y también se hizo con las memorias y apuntes de otros; y, lo que resulta más valioso, al llegar en su historia a contar los sucesos del año 1630 en adelante, año en que él había arribado a Chile, pasa a convertirse en protagonista absoluto de los hechos narrados:

Y así, si bien hasta aquí he escrito muchas cosas por noticias de papeles y relaciones, escogiendo siempre las verídicas y más ajustadas, en adelante escribiré lo que he visto y tocado con las manos, y las noticias que con mi propria diligencia he adquirido 2 .

La relación de la historia de Chile que hace el padre Rosales comienza solo a partir del libro III y alcanza hasta el libro X y último del manuscrito, abarcando desde la conquista del territorio austral por los incas, ocurrida a partir de 1471 (es decir, unos setenta años antes de la llegada de los españoles a Chile), hasta el año 1653, en plena gobernación de Antonio de Acuña y Cabrera; en esta última fecha queda el relato abruptamente interrumpido, a pesar de que el texto presenta huellas de que Rosales estuvo trabajando en él hasta aproximadamente 1674. Su Flandes Indiano constituye un verdadero monumento cultural y es un texto ineludible para conocer la historia de Chile en su primer siglo de vida bajo dominación española.



Portada del manuscrito del Flandes Indiano
Archivo Nacional de Chile, Fondo Vicuña Mackenna, 306 II

Ya antes he apuntado cómo el jesuita hace gala de escribir, cuando pasa revista en su Historia a la gobernación de Francisco Laso de la Vega (la cual se inicia, por cierto, en 1630, el mismo año en que llegó Rosales a Chile), sobre lo que ha visto y tocado con las manos. Esto es medular para lo que nos convoca, debido a que si Rosales acomete la tarea de describir la naturaleza de Chile es porque la conoce de una manera especial y única. Hay una pretensión empírica implícita en su afirmación 3 , que adelanta en cien años lo que se va a constituir en una norma a partir de la Ilustración. A lo largo de los cuarenta y siete años en que ejerció labores de misionero, primero, y de rector de los colegios jesuitas de Concepción y viceprovincial jesuita en Chile, después, el padre Rosales pudo recorrer todo el territorio de Chile desde Santiago hasta Osorno, por tierra, y hasta Chiloé por mar, adonde probablemente debió llegar embarcándose en el puerto de Valdivia. Primero estuvo destinado como cura doctrinero en la misión de Arauco, y luego cumplió la misma función en el recién fundado fuerte de Boroa, en el que incluso estuvo sitiado varios meses tras el estallido del levantamiento indígena de 1655. Asimismo, pasó varias veces al otro lado de la cordillera de los Andes, no solo en la zona de Santiago, para ir a Mendoza, sino también por la zona de Villarrica, donde tomó contacto con pueblos indígenas serranos como los puelches y pehuenches, y también con los pampas del otro lado del cordón montañoso. Tenemos noticia, asimismo, de que desde Chiloé pasó al otro lado de la cordillera, a la zona del lago Nahuelhuapi, y al menos en dos oportunidades visitó el archipiélago de Juan Fernández. Con este extenso bagaje viajero a cuestas nos imaginamos al cura madrileño, en sus largas estancias en los fuertes y en medio de esas extenuantes caminatas y cruces cordilleranos a pie, como también en las navegaciones en canoa por los peligrosos canales de Chiloé, dominado, mientras pastoreaba a sus fieles indígenas, por una actitud de profunda admiración ante la naturaleza que lo rodeaba: esa selva templada del sur de Chile y esas aguas prístinas pobladas de criaturas marinas, con una curiosidad que lo haría observar con ojos de científico todo animal o vegetal que se cruzara en su camino. Seguramente tomaría notas y haría bosquejos de animales y plantas, así como averiguaciones de sus nombres y propiedades alimenticias y medicinales entre sus amigos indígenas. Ya el historiador jesuita Walter Hanisch había reparado en la calidad de observador científico que presenta Rosales, y que tendría su origen en el taller de platería que tenía su padre en Madrid:

La primera visión es el taller paterno […]; para Diego el mundo fue un taller creado por Dios para ser trabajado por el hombre. Otra cualidad desprendida probablemente de la atención del trabajo de la platería de oro es el espíritu de observación, que Diego extiende a toda la naturaleza. Su observación no es contemplación, sino que se orienta a la acción humana. Es la propia de un científico, que asocia a los datos propiamente intelectuales del conocimiento las utilidades, usos, beneficios que pueden resultar de esas cosas 4 .

¿Qué pudo mover a nuestro jesuita a escribir una historia tan extensa como es el Flandes Indiano? Parece ser que no solo lo animaba el camino trazado por esas antiguas ordenanzas de Felipe II sobre descubrimientos, nueva población y pacificación de las Indias, fechadas en 1573, ordenanzas que movieron a conquistadores y misioneros a describir en detalle las tierras conquistadas de manera de mejorar el conocimiento y apropiación de ellas, y que dieron lugar a tantas y tan notables historias naturales de las Indias, como es el caso de la del jesuita José de Acosta. Según el historiador Mauricio Nieto, que ha estudiado las expediciones naturalistas españolas del siglo XVIII,

las habilidades de los naturalistas europeos para clasificar la naturaleza al darle nombre a plantas y animales, y sus técnicas de representación, son instrumentos de apropiación. Quien por primera vez reconoce un lugar, una planta o una medicina, proclama su derecho de posesión 5 .

En efecto, un siglo antes de esas expediciones, un siglo antes de que existieran los primeros museos de historia natural y los más antiguos jardines botánicos de Europa, Diego de Rosales pretendió describir la naturaleza del reino de Chile de manera exhaustiva con las herramientas básicas que tenía en su poder: unos pocos libros, sus conocimientos y sobre todo una portentosa capacidad de observación. Así lo plantea Hanisch:

Es misterioso el origen de esta afición de Rosales a las ciencias de la naturaleza. Tiene un preciso método de trabajo. Primero el conocimiento directo, luego la erudición sobre el tema, que no es mera erudición, sino comparación crítica de sus observaciones con los datos de los sabios. Finalmente se detiene en los valores de uso y posibles aprovechamientos 6 .

Por otra parte, no estamos ante un naturalista encargado por la monarquía española de hacer la historia natural de Chile. Tampoco es la Compañía de Jesús la que se lo solicita; de hecho, es muy posible que desde su propia orden se le haya negado la autorización para publicar la obra debido a problemas disciplinarios generados por la venida del visitador general de los jesuitas, Andrés de Rada.. Rosales quiere contar la historia de Chile porque él ha sido protagonista de ella, especialmente de la conquista espiritual, durante los últimos cuarenta y cinco años, en su calidad de misionero, de rector de los colegios jesuitas de Concepción y Santiago y también de viceprovincial de la Compañía de Jesús. Para hacerlo, para contar todo eso, es indispensable dar cuenta de su marco natural. Recordemos que historia era en aquella época, tal y como afirma Sebastián de Covarrubias, «una narración y exposición de acontecimientos pasados, y en rigor es de aquellas cosas que el autor de la historia vio por sus propios ojos y da fe de ellas, como testigo de vista», aunque «basta que el historiador tenga buenos originales y autores fidedignos de aquello que narra y escribe, y que de industria no mienta o sea flojo en averiguar la verdad» 8 . Sin embargo, Walter Mignolo recuerda que en la Grecia antigua el vocablo historiase empleaba «en el sentido de ver o formular preguntas apremiantes a testigos oculares, y significa también el informe de lo visto o lo aprendido por medio de las preguntas» 9 . Esta definición, recuerda Mignolo, no contiene en sí el elemento temporal que involucra el pasado, razón por la cual «Tácito denomina anales al informe de lo pasado; en tanto que llama historia al informe de los tiempos de los cuales, por su trayectoria vital, es contemporáneo» 10 . Tal definición pervive en las Etimologías de san Isidoro y se mantiene en los tratadistas de la historiografía de los siglos XVI y XVII, de manera que «la ausencia del componente temporal explica el nombre y el concepto de «historia natural»; y es así como la encontramos en los siglos XVI y XVII hispánicos» 11 . El vocablo que se utilizará para denominar el informe del pasado o la anotación de los acontecimentos del presente, fuertemente estructurados por la secuencia temporal, es crónica, tal como indica el académico argentino. Como vemos, es claro que en la época existía bastante confusión en el empleo de estos vocablos, y con el tiempo la crónica pasó a asemejarse a la historia, la cual pasó a incorporar el elemento temporal 12 . Todavía en los tiempos de Rosales el modelo a seguir para escribir una historia natural era Plinio, y por eso no es raro que el jesuita lo cite en numerosas oportunidades. Veamos las palabras con que el propio jesuita justifica su labor de naturalista:

Las famosas hazañas de los heroicos varones no pueden con toda claridad esplicarse si primero no se conoce el lugar y palenque donde las obraron, principalmente cuando las regiones y provincias, que han sido el capitolio de sus gloriosos triunfos, son remotas y incógnitas. Por esta causa, habiendo declarado la calidad, costumbres, ritos y valentía de los indios chilenos, y siguiéndose el referir sus heroicos hechos, me ha parecido forzoso declarar primero el palenque de ellos y dar noticia del sitio del reino de Chile, naturaleza y calidad de las cosas que en él se comprehenden 13 .

No es casual que la cita anterior corresponda al primer párrafo del capítulo primero del libro II del Flandes Indiano, el dedicado a la historia natural de Chile, libro cuyo epígrafe reza justamente: «En que se trata de la naturaleza y calidades de las cosas elementales que en [el reino de Chile] se contienen» 14 .

Tras esta introducción previa, vamos a adentrarnos ahora en las páginas del Flandes Indiano para conocer un poco más de la faceta de herbolario de Diego de Rosales. Antes de hacerlo debo mencionar una curiosidad de la cultura indígena descrita por el jesuita: lo normalizado y arraigado que estaba en ella el empleo del veneno. Ya tratadistas-cronistas como Alonso González de Nájera daban cuenta en 1614 de la costumbre de los indios, ante la falta de una justicia institucionalizada, de atosigarse o darse ponzoña o bocado entre ellos para solucionar sus problemas y rencillas, tal como podemos apreciar en estas citas:

Tienen entendido [los indios] que no moriría ninguno dellos si no le matasen con heridas o hierbas, y por ello se persuaden que todos los que mueren, aunque sea de enfermedades, es por haberles dado enemigos suyos ponzoña. Y como de sus muertes nacen a los parientes sospechas de quién les pudo atosigar, según se las representa el demonio y sus ministros los hechiceros, no hay muerte que no sea causa y origen de otras muertes, pues de tales ocasiones nascen pendencias y bandos hasta matarse 15 .

Cada día se dan venenos unos a otros […] y como tienen creído por cosa infalible que entre ellos no hay muerte natural (quiero decir por dolencia, por lo cual no se maravillan de las muertes de los que ven morir de heridas y de otros violentos casos), no muere ninguno de enfermedad que no digan los suyos que le dieron ponzoña o bocado, como allá dicen 16 .

El padre Rosales también se hace eco de esta práctica, señalando que los indígenas «no reconocen enfermedad que necesite de sangría, que todas dicen que son de bocado» 17 ; más adelante reitera que los hechiceros «hacen pruebas [y] curan los enfermos, que siempre dicen que lo están de bocado» 18 . Lo mismo ocurre con su contemporáneo el militar Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, quien refiere que «jamás juzgan estos naturales que salen de esta vida para la otra, por ser natural la muerte, si no es por hechicerías y por bocados que se dan los unos a los otros con veneno» 19 .

El antropólogo José Bengoa, quien utiliza para sus conjeturas el texto de González de Nájera, explica que para los mapuches

la enfermedad y la muerte hasta el día de hoy parecen tener una causa social: el calcu, o «mal», como se lo traduce normalmente. Es la envidia, es la acción que otra persona le hace a alguien y que le produce una enfermedad. Se dice que el hacer un mal es «envenenar» a alguien, lo que no siempre es darlo en sentido estricto sino como acto simbólico, «envenenar» la vida de otra persona 20 .

Después de abordar la importancia del veneno en la cultura indígena, paso ahora al tema central de este trabajo, un análisis del Rosales herbolario desde la óptica de los venenos y triacas. Ya hemos dicho antes que la descripción de las especies vegetales que hace el jesuita se basa en especial en su observación y experiencia vital, las cuales, como hemos adelantado, son un elemento fundamental para aproximarse a la naturaleza de Chile y resultan esenciales en todo el diseño de la obra. Esta descripción mantiene alguna diferencia con la que hace de las especies animales: mientras que para estas últimas es frecuente que Rosales recurra a fuentes eruditas, como son la Historia natural de Plinio o algunos tratados de la naciente —para la época renacentista— disciplina de la zoología, en el caso de las descripciones botánicas el jesuita parece hallarse más huérfano de apoyo erudito, y suele describir las especies observadas en Chile sin recurrir a estas fuentes, limitándose a compararlas con las especies europeas que él conoce 21 : así, por ejemplo, de los árboles alerce y queule dice que son una «especie de cedro»; a los frutos de la araucaria los llamaban los primeros españoles «piñones del Líbano»; el molle tiene «menudas y prolongadas hojas como el lentisco»; la hoja del maitén es «semejante al sen»; la sombra ponzoñosa del litre es similar a la «del tejo criado en los campos de Narbona de Francia»; el chañar da «una fruta como ciruelas zaragocíes» y el chilco es «semejante al granado en las hojas y en la estatura», entre otros casos que entresaco del capítulo dedicado a los árboles. En el caso de las hierbas, el tautué «se parece mucho a la pempinela»; del culén dice que «llaman a esta mata los españoles albaquilla, por la semejanza que tiene a la albaca de Europa en lo que toca a la forma y la figura de las hojas, si bien muy contraria en el olor y en el sabor y diferente en las virtudes»; de otra especie dice que «una yerba hay semejante al anís y la llaman, por la semejanza, anislagüén»; el coirón «es muy conocido por ser tan semejante al esparto», y así podríamos seguir con una larga lista de especies.

A la hora de citar a alguna autoridad botánica en su ayuda, Rosales solo lo hará muy ocasionalmente, y casi siempre se va a tratar de un autor que haya escrito sobre la flora americana. Autores como Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, José de Acosta y Johannes Laet son alguna vez citados por Rosales en materia de botánica, y también naturalistas antiguos como Plinio el Viejo o el famoso médico, farmacéutico y botánico griego Pedacio Dioscórides Anazarbeo, a través de su comentarista, el doctor Andrés Laguna. La autoridad más cercana que cita es de ámbito americano, específicamente del de Nueva España, y corresponde al médico y botánico sevillano Nicolás Monardes (1508- 1588), autor de una importante Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, publicada en tres partes en 1565, 1569 y 1574. Rosales lo saca a colación a propósito de las extraordinarias propiedades curativas de una hierba que no identifica, y que comentaremos más adelante. Todas estas citas eruditas de autoridades botánicas cumplen una finalidad muy clara, que es intentar establecer comparaciones críticas con las especies observadas en Chile a partir de lo estudiado y conocido.

También resulta destacable el afán didáctico que muestra Rosales al incluir el nombre indígena de cada especie vegetal descrita. El jesuita, como ya se apuntó, aprendió muy bien el mapudungun mientras era misionero y lo hablaba con mucha soltura, así que no vacila a la hora de consignar el nombre de la especie en cuestión en su lengua original. Esto lo hace por una razón muy sencilla: comprende perfectamente lo que cada uno de los vocablos indígenas significaba en su lengua original, y al indicar su nombre indígena va a cumplir, respecto del lector, con una importante labor didáctica y educativa.

El catálogo de especies vegetales que recoge el padre Rosales se despliega a lo largo de los capítulos siete, ocho, nueve y diez del ya citado libro II del Flandes Indiano. En el capítulo siete, exclusivamente dedicado a los árboles, describe un total de treinta y cuatro especies más un arbusto parásito, lo que suma un total de treinta y cinco especies; los capítulos ocho, nueve y diez están dedicados íntegramente a las hierbas medicinales, con un total de noventa y cinco especies descritas, de las cuales dos ya figuraban en la sección dedicada a los árboles. En el caso de estos últimos Rosales se concentra sobre todo en la descripción de las utilidades de la madera que producen, útil para hacer tablas, puertas, ventanas, muebles, herramientas, figuras escultóricas y otras cosas «peregrinas»; destaca también los subproductos obtenidos de la corteza y de los frutos de esos árboles, como son miel, leche, bebidas alcohólicas, vinagre, tintes, etc. En el caso de las hierbas, su atención se centra mayoritariamente en sus propiedades medicinales o curativas, las cuales monopolizan la mayor parte de las entradas dedicadas a ellas. Lo anterior ha significado más de un quebradero de cabeza a la hora de intentar identificar las especies botánicas descritas por el jesuita de acuerdo con la taxonomía actual, dado que la obra es muy anterior a Linneo y los nombres que menciona en algunas ocasiones no coinciden con los actuales, o en otros casos las especies son tan escuetamente descritas que ha sido imposible identificarlas. Cabe consignar, además, que desde el punto de vista de sus propiedades medicinales el catálogo resulta casi inagotable, ya que se describen en la obra árboles, arbustos y hierbas que poseen cualidades curativas para enfermedades de los ojos y oídos, ceática, mal de madre, heridas infectadas, fracturas, enfermedades de transmisión sexual, como purgantes, contra la caída del cabello, y un largo etcétera.

Para los efectos que nos interesan en este trabajo, el de los venenos y triacas, vale la pena mencionar algunos árboles que presentan características bien destacables en este rubro:

Del guayacán o palo santo (Porlieria chilensis) dice Rosales que es «eficaz remedio para el humor gálico, bebiendo el agua cocida de sus astillas» 22 , tal como ocurre con la conocida zarzaparrilla. Este pequeño árbol o arbusto, endémico de Chile y presente entre los valles de Limarí y Colchagua, posee una madera muy dura; en la época era famoso por sus propiedades curativas contra el humor gálico o mal francés, que era como se denominaba a la sífilis 23 .

Del canelo o voigue (Drimys winteri), árbol sagrado de los araucanos, destaca, entre otras propiedades, que su corteza tiene efectos aletargadores o anestésicos sobre los peces: «Echada en los ríos o en las lagunas, los adormece o aturde de suerte que aboyan y, sobreaguados, se dejan coger fácilmente» 24 . Debido a sus altas concentraciones de vitamina C, el canelo posee notables propiedades curativas: es considerado un poderoso antiescorbútico, cicatrizante, analgésico y desinfectante 25 .

También del árbol llamado patagua o yagchi (Crinodendron patagua) refiere el padre Rosales propiedades curativas portentosas, que ejemplifica a través del relato de una entrada española en la zona de Maquegua que dejó muchos indios tendidos en el campo. De uno de ellos, llamado Liengüenu, recuerda el jesuita que

quedó en la campaña como muerto, hecho un harnero de lanzadas, desnudo y sin abrigo ninguno, y así pasó al aire y al frío dos días y una noche tendido en la campaña. Salieron los indios a correrla después de haberse retirado los españoles, y a recoger los cuerpos muertos; llevaron entre ellos a este Liengüenu, pero reparando el cacique Guaiquillanca que todavía conservaba alguna respiración, le albergó en su casa y le abrigó hasta que cobrase calor. Cogió entonces la corteza deste árbol patagua o yagchi y raíces de la yerba que llaman chépica, que es semejante a la grama, y hizo de todo un cocimiento hasta que mermó de las cuatro partes las tres y se redujo a color tinto; diole a beber cantidad de una onza; lavole las heridas, ya ulceradas, con aquella agua, con la cual despidió por ellas la sangre podrida y extravenada, y luego comenzó a mejorar; y a cuatro días que repitió este remedio se levantó bueno y sano, de manera que, alcanzado salvoconducto, entró pocos días después en un fuerte de españoles en busca de su mujer, que se la habían captivado en esa ocasión, y contó lo que le había pasado y el suceso de su milagrosa salud por medio deste árbol 26 .

Más adelante el jesuita volverá a insistir en las propiedades curativas de la patagua, esta vez atribuidas a su corteza:

Y no solamente es eficaz, como hemos dicho, para las heridas, sino maravillosa medicina, para contra todo veneno, el zumo de la cáscara bebido. En comprobación de esta admirable virtud se ha hecho esperiencia echando en un vaso con veneno el zumo desta cáscara, y luego se ha visto hervir con notable inquietud el veneno y no parar hasta salir a borbollones del vaso; y hasta que convierte en espuma todo el veneno y no queda rastro dél está hirviendo el zumo; y, en habiéndole expelido, se sosiega y apaga sus hervores 27 .

La mencionada patagua es también árbol endémico de Chile y presenta distribución geográfica desde el valle de Quillota hasta la zona de Concepción. Su madera se usa en ebanistería y su corteza es rica en taninos, por lo que posee propiedades astringentes, antiinflamatorias y antioxidantes.

Del árbol nativo que Rosales llama sándalo (Santalum fernandezianum), originario del archipiélago de Juan Fernández y hoy extinto, solo afirma que «es preservativo para la peste y enfermedades contagiosas» 28 .

Pero con toda seguridad el árbol más famoso de todo el largo listado que recoge Rosales es el lite o litre (Lithrea caustica), especie perteneciente al bosque esclerófilo de la zona central de Chile, el cual describe de entrada como «de perverso natural y dañosas calidades», y que es

de tan maligna sombra que, si bien por ser tan frondoso y copado convida a ella, pero es tal que luego que uno se pone debajo della se hincha y entumece disformemente. Y mucho más los que manosean la corteza, madera o las ramas, especialmente en la primavera, que abunda más de aquel humor venenoso. Y toda esta hinchazón que causa, después de haber probado la paciencia por muchos días, se resuelve en inmunda y asquerosa sarna, que da muy bien que rascar 29 .

Ya hemos dicho que a Rosales no le basta con la mera descripción; necesita hacer presente su propia experiencia, y es lo que hace incorporando en la caracterización de este maligno árbol una anécdota que debió ocurrir mientras era director del noviciado jesuita en Bucalemu:

Estaban una vez los novicios de la Compañía de Jesús en el Noviciado de Bucalemo tratando de las calidades malignas deste árbol, porque conocían muy bien lo nocivo de su sombra y de sus ramas, y el maestro de novicios, que era de España y no las conocía, juzgando que era aprehensión de novicios y que era melindre el no querer tocarlas, por que venciesen el melindre y por que se mortificase un novicio, le mandó que se refregase la cara con las hojas del lite. El novicio, humilde y obediente, aunque conocía la malignidad del árbol, obedeció y refregose la cara, y al punto se le puso tan disforme y hinchada que el maestro de novicios se afligió en estremo, y sintió grandemente no haber creído a los que referían sus malas calidades, y haberle hecho hacer una mortificación tan pesada que le costó muchos días de hinchazón y de sarna en la cara al humilde y obediente novicio, cuya obediencia fue de mucho ejemplo, por cuanto sabía el daño que le había de hacer y con obediencia ciega se expuso a él 30 .

El litre, árbol endémico de Chile, está presente en todo su territorio desde Coquimbo hasta Temuco y su dura madera se utiliza para la confección de objetos pequeños y como leña; posee unas hojas que expelen una sustancia volátil que al contacto con la piel y con las vías respiratorias puede provocar graves reacciones alérgicas 31 , por lo que los indígenas lo consideraban una divinidad maléfica 32 . Hasta el día de hoy existe la práctica, entre los que caminan por la montaña de la zona central en Chile y se topan con un litre, de saludarlo con un prudente y algo temeroso: «¡Buenos días, señor litre!», o de escupir tres veces tras pasar junto a él, ambos gestos que funcionan como una suerte de salvoconducto para pasar por su lado sin padecer su maligno influjo.

Para terminar este recorrido por la historia vegetal del reino de Chile haré ahora un repaso por las yerbas medicinales, las cuales constituyen el grueso del catálogo de especies botánicas recogidas por Rosales y que sin duda concentran el mayor interés del jesuita. Su crecido número vuelve imposible hacer aquí una revisión exhaustiva de ellas, pero me detendré en algunas cuyas propiedades, positivas o negativas, resultan más que notables y curiosas.

De la hierba llamada lanco, por ejemplo, señala Rosales que «cómenla los perros y los gatos para purgar el estómago cuando abunda de algún humor que le lastima y ofende», y dice que es especialmente útil como triaca o contraveneno: «Tómase su cocimiento en cantidad de dos cuartillos o tres de agua, y cuando se teme haber dado bocado o veneno desatan en dicha cantidad del dicho cocimiento tanta piedra lipes como dos garbanzos, y, bebida, tabecan con ella, lanzando el veneno» 33 . En efecto, el lanco (Bromus catharticus), también llamado «pasto del perro», es una gramínea nativa que crece en todo Chile y en la literatura científica están descritas sus propiedades expectorantes y purgativas; también se usa para tratar problemas digestivos 34 .

Otra famosa especie es el levo, descrita por el jesuita como «una de las grandiosas yerbas que hay en Chile, y en ella tienen los soldados y otros librada toda su botica y medicina, por los maravillosos efectos que hace». Veamos algunas de sus propiedades:

Rociada la hoja con saliva y quitada la hebra de en medio, puesta en la herida por el haz, se pega luego ella como bizma y sana la herida, porque luego quita el frío y come la carne magullada dejando la buena, la cual junta y sana con admiración. Y así, los soldados tienen en ella universal botica, porque para una coz de un caballo, golpe o hinchazón que se hace de frío es eficacísima y luego le saca hecho agua, haciendo una vejiga en el cuerecito, y, en reventándola, sale la aguadija por un pequeño agujerito y al tercero día se cierra y queda sano 35 .

Este levo o lëfo debe referir a distintas especies del género Rumex, de origen europeo, cuyo nombre común es romaza; crece en Chile desde Atacama hasta Magallanes, y posee propiedades antiinflamatorias, astringentes, antisépticas, cicatrizantes y depurativas 36 .

Otra hierba que destaca es el coliguay, especie del género Colliguaja, la cual describe por primera vez en el capítulo dedicado a las armas indígenas, donde señala que es «un fortísimo veneno […] y le sacan de unas matas de ese nombre de la leche de la raíz» 37 , y que lo utilizan los indios para enherbolar sus picas, lanzas y flechas; informa a continuación que los españoles ya han encontrado el antídoto para este veneno: «Y así, en hiriendo a alguno con esas flechas envenenadas de el coliguay (que de suyo es mortífero, y hincha al herido y en breve le quita la vida), le echan en la herida un grano de solimán crudo, y luego sana». Más adelante, en el capítulo dedicado a esta hierba en el libro II, reitera que

su raíz partida echa una leche tan venenosa que los indios de esta tierra enherbolan con ella las flechas, y el herido con ellas muere en veinte y cuatro horas. Hay contrayerba para este veneno, pero la mejor contra que han hallado los españoles es poner solimán crudo en la herida, y su fortaleza vence la del veneno y sana al herido 38 .

De la contrayerba o ullngue dice Rosales que «por ser tan eficaz antídoto contra cualquier veneno se ha alzado con ese nombre». Su virtud está en la raíz: «Bebe el enfermo el zumo y lanza todo el veneno» 39 . Rosales aporta datos valiosos para explicar cómo fueron descubiertas las propiedades de esta hierba:

Adquiriose su primer conocimiento en el Perú, en la provincia de Santa Cruz de la Sierra, cuyas campañas son infestadas de víboras. Peleaba con una furiosamente un hurón; picábale la víbora y él al punto se iba a estos matorrales, mascábala y aplicábala a la herida, con que cobraba nuevas fuerzas y volvía más animoso a la pelea, hasta que mató a la víbora. Avisó un mestizo que lo vio y hallaron el matorral comido del hurón, con que, coligiendo que era la contrayerba, hicieron muchas experiencias y salieron ciertas. Hoy es remedio más manual no solo en aquellas partes, sino en estas; que, aunque no hay víboras en Chile de esta banda de la cordillera, en lo que principalmente se llama Chile, ni otro animal ponzoñoso, por la gran bondad de la tierra, haylas en la otra banda en la provincia de Cuyo. Sirve contra la ponzoña y aligera cualquiera embarazo del estómago 40 .

De otra especie, el daldal, refiere que «es una yerba conocida de todas las mujeres, porque para teñir hilados la buscan. Y es muy buena, machacada y con sal, para cuando pican a uno alacranes, arañas o otros animales y sabandijas ponzoñosas, puesta sobre la picadura» 41 . En efecto, el daldal (Flaveria bidentis), antiguamente conocido como Flaveria contrayerba, y también llamado dasdaqui, daudá o matagusano, posee propiedades digestivas y antiparasitarias, para curar heridas y contra picaduras venenosas 42 .

Por último, no puede quedar fuera de este recorrido una especie botánica no identificada, incluida por el jesuita al final de su largo listado de hierbas. El caso, según el propio jesuita, «parece increíble» 43 y está recogido en la segunda parte de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, publicada en 1569 por el ya citado médico y botánico Nicolás Monardes. En ella cita textualmente una carta que le enviara a Lima el capitán Pedro de Osma, que militó en la guerra de Chile, fechada el 26 de diciembre de 1568, donde le da cuenta de las propiedades de las hierbas del reino austral:

El año de 1558, siendo gobernador don García Hurtado de Mendoza, que después fue marqués de Cañete y virrey del Perú, estaban en la ciudad de Santiago presos ciertos indios rebeldes y los ministros se descuidaron de alimentarlos; y así, la hambre los acosó de suerte que ellos mismos se cortaron las pantorrillas y las asaron para comérselas. Pusieron luego en la cortadura las hojas de unas yerbas de que tenían hecha prevención para los acontecimientos de la guerra, y no derramaron gota de sangre ni dieron muestras de dolor, y con solas las yerbas se estañó y creció la carne como antes estaba 44 .

Rosales agrega que «fue este caso público y notorio en aquellos tiempos, y su memoria permanece en las curiosas obras de este gran médico de Sevilla, el doctor Nicolás Monardes» 45 .

Muchas otras propiedades destaca Rosales en las distintas especies descritas, pero no es posible detenerse en todas ellas.

A manera de conclusión, cabe decir que sin duda se conjugan diversos factores en la faceta de naturalista desplegada por Diego de Rosales en su monumental Historia general del reino de Chile, Flandes indiano. Un aspecto no menor de esta faceta tiene que ver con las propiedades venenosas y de triacas o antídotos de numerosas especies detalladas en su obra. El principal factor que concurre a sus descripciones botánicas es la observación detallada, que se asocia con la experiencia personal, cuyos antecedentes se comienzan a incubar en su niñez, cuando deambulaba por la platería de su padre. Esto debió potenciarse en su paso por el noviciado jesuita, de la mano de la ratio studiorum. Todo lo anterior se suma a su admiración ante la desconocida naturaleza que se despliega ante sus ojos a lo largo de más de cuarenta años de servicio en Chile, primero como misionero jesuita en el sur del territorio, luego como rector de colegios de la Compañía y finalmente como viceprovincial de la orden, cargos bajo los cuales recorrió los confines australes del continente americano. Por otra parte el religioso, que cuenta con una indudable impronta académica que se forjó con su paso por la Universidad de Alcalá, necesitaba cotejar y confirmar su observación y su experiencia con los naturalistas más reputados de su época; así, cuando sea pertinente va a citar en sus páginas a las autoridades clásicas grecolatinas (Plinio, Dioscórides); a autores contemporáneos como José de Acosta, su compañero de orden, o el cronista real Gonzalo Fernández de Oviedo, y a médicos y botánicos más cercanos en el tiempo y en el espacio como Nicolás Monardes, que escribió sobre las propiedades medicinales de las plantas de Nueva España. Con esta amplia panorámica presentada por el autor, en la que se entremezclan su observación y su experiencia personal con la ocasional erudición de las autoridades, Rosales nos da cuenta del enorme caudal de información que manejó para componer la sección botánica de una obra que plantea enormes desafíos al editor.

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Notas

* El presente trabajo se enmarca en el proyecto FONDECYT Regular N°1161277 (2016-2020), del cual soy investigador responsable, y que tiene por objeto la edición crítica y anotada de la crónica del siglo XVII Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, del jesuita Diego de Rosales. Participan en calidad de coinvestigadores los historiadores Rafael Gaune y Claudio Rolle, de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

1. El manuscrito se conserva en el Archivo Nacional de Chile (Santiago), signatura Fondo Vicuña Mackenna 306 II y 306 III. Aunque se presenta como listo para ser publicado, no llegó a ver la luz en vida del religioso, por motivos probablemente políticos y/o religiosos. Hubo que esperar más de doscientos años para verlo impreso, gracias al esfuerzo de Benjamín Vicuña Mackenna, en tres volúmenes que vieron la luz en 1877- 1878. La segunda edición, y primera íntegra, fue un proyecto largamente acariciado por el historiador chileno Mario Góngora, y se publicó en forma póstuma en dos volúmenes (Editorial Andrés Bello, 1988).

2. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 620r. Cito siempre por mi transcripción del texto.

3. Ver a este respecto el apartado que Fermín del Pino dedica al tema en su estudio introductorio a la Historia natural y moral de las Indias, de Josef de Acosta, p. xxi

4. Hanisch, 1983, p. 116.

5. Nieto Olarte, 2006, p. 16. Aunque dedicado fundamentalmente a las expediciones naturalistas del siglo xViii y su relación con la monarquía y el poder, su estudio aporta ideas muy sugerentes para el tema de este trabajo.

6. Hanisch, 1983, p. 116.

7. Ver para este tema Gaune Corradi, 2021, pp. 28-32.

8. Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana, s. v. historia .

9. Mignolo, 1982, p. 75.

10. Mignolo, 1982, p. 75.

11. Mignolo, 1982, p. 75.

12. Ver Mignolo, 1982, p. 76.

13. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 118r.

14. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 118r.

15. González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, pp. 233-234.

16. González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, p. 393.

17. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 110v.

18. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 110v.

19. Núñez de Pineda y Bascuñán, Cautiverio feliz, I, p. 453.

20. Bengoa, 2003, p. 117; ver también Boccara, 2009, pp. 145-146.

21. El tema de cómo los europeos describían y representaban lo que veían en América ha sido estudiado por diversos historiadores. Olaya Sanfuentes ha publicado un libro donde se puede apreciar cómo la representación de lo americano, por ejemplo en el nivel de las imágenes, fue fuertemente influenciada por las categorías europeas; ver Sanfuentes, 2006.

22. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 141r.

23. Ver Moesbach, 1999, p. 87; Gusinde, 1936, núm. 57.

24. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 142r.

25. Moesbach, 1999, pp. 78-79; Hoffmann, Farga, Lastra y Veghazi, 2003, pp. 64-68; Cordero, Abello y Gálvez, 2017, p. 52.

26. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 142r-142v.

27. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 142v.

28. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 142v.

29. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 143r.

30. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 143r-143v.

31. Ver Rodríguez, Matthei y Quezada, 1983, p. 193.

32. Donoso Zegers, 2006, p. 339.

33. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 146r.

34. Moesbach, 1999, p. 63; Cordero, Abello y Gálvez, 2017, p. 154.

35. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 146r-146v.

36. Moesbach, 1999, p. 75; Cordero, Abello y Gálvez, 2017, pp. 232-234.

37. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 90r.

38. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 149r.

39. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 149r.

40. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 149v.

41. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 151v.

42. Moesbach, 1999, p. 112; Muñoz, Barrera y Meza, 1981, p. 29; Matthei, 1995, p. 118.

43. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 154v.

44. Monardes, Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, fol. 61r.

45. Rosales, Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano, fol. 154v.

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