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Gregorio González en su pícaro: algunas cuestiones sobre la datación del Buscón a partir del Guitón*
Gregorio González in his Picaro: Some Questions about the Dating of the Buscón through El Guitón Onofre

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 10, núm. 1,

Instituto de Estudios Auriseculares

Fernando Sanz-Lázaro

Universität Wien, Austria

Recibido: 20/10/2021

Aceptado: 18/11/2021

Resumen: Pocos estudiosos de la novela picaresca han dejado de notar la relación transtextual entre El guitón Onofre de Gregorio González y el Buscón de Quevedo. Por ello se ha propuesto una fuente común de la que beberían ambas obras, la inspiración guitoniana de Quevedo y viceversa. Esta última posibilidad resulta cara a algunos valedores de la composición temprana del Buscón, que han querido ver en ella un argumento para sostenerla. La biografía de González ofrece pistas cruciales conducentes a esclarecer el sentido del flujo inspirativo. El hallazgo durante esta investigación de documentos que revelan aspectos hasta ahora desconocidos sobre la vida de González aconseja, pues, revisar la cuestión a la luz de la nueva evidencia. Considerando esto, parece claro que el Guitón, además de inspirarse en la celestinesca y la primerísima picaresca, tiene una fuerte carga autobiográfica, lo que cuestiona la hipotética influencia quevediana en la composición de la obra.

Palabras clave: Gregorio González, El guitón Onofre, Quevedo, El Buscón, Sigüenza, picaresca, San Antonio de Portaceli, Universidad de Sigüenza.

Abstract: Few Picaresque scholars have failed to notice the transtextual relationship between El guitón Onofre by Gregorio González and the Buscón by Quevedo. On these grounds, a common source for both novels has been proposed as well as Quevedo’s Guitonian inspiration and vice-versa. The latter is cherished by some advocates of the Buscón’s early composition, who have interpreted it as an argument to back their claims. González’s biography offers crucial clues leading to elucidate the way of the inspirational flow. The finding of documents during this investigation that show previously unknown aspects of González’s life calls for revisiting the question in the light of the new evidence. Considering this, it seems clear that the Guitón, apart from the Celestinesque and the earliest Picaresque, is strongly biographically laden, which seriously questions the hypothetical Quevedo’s influence on the work’s composition.

Keywords: Gregorio González, El guitón Onofre, Quevedo, El Buscón, Sigüenza, Picaresque, San Antonio de Portaceli, University of Sigüenza.

Introducción

El guitón Onofre es una obra que, independientemente de los juicios a veces enfrentados sobre la calidad de su prosa, resulta singular por las peripecias que corrió el manuscrito. Aunque su historia editorial comienza en los albores del siglo xvii, no llegó por primera vez a la imprenta hasta más de tres siglos y medio después, cuando Hazel Genéreux Carrasco editó la primera edición de la novela1. Carrasco había dado con ella entre la colección de la biblioteca William Allan Neilson del Smith College de Massachusets. Esta se lo había comprado en 1936 al estudioso Paul Langeard, quien, a su vez, lo había encontrado en 1927 en una librería de viejo parisina. Antes de eso, el manuscrito había formado parte de los fondos de la Biblioteca Pública de Lima en el siglo xix, como atestigua un sello de la institución con fecha de 1821; sigue siendo un misterio cómo llegó a cruzar el Atlántico en el siglo que media entre ambas fechas. Lo que sí sabemos es que el manuscrito ya había recalado en Francia antes de su última visita a París, pues un oficial galo empleó la hoja de la guarda al final del códice para escribir una carta en 1706. Las referencias anteriores a esa fecha son ya de segunda mano, pues Nicolás Antonio menciona el manuscrito en la Bibliotheca Hispana en 1672, no obstante, refiriéndose a la Junta de libros de Tamayo de Vargas2, quien lo registra de esta sucinta manera:

GREGORIO GONZÁLEZ de Rincón de Soto, jurisdicción de Calahorra.

Primera parte de Onofre, Caballero Guitón,

Ms., 4º.3.

Si Tamayo de Vargas había llegado a verlo con sus propios ojos es más cuestionable dada la escasa información que facilita; sea como fuere, no cabe duda de que había tenido noticia de la existencia del manuscrito y por eso sabemos que ya había estado circulando para 1624.

A pesar de desconocerse referencias anteriores, los numerosos indicios textuales y paratextuales de la novela ayudan a afinar la datación de forma relativamente precisa. La carta dedicatoria del manuscrito está fechada en 1604, por lo que parece sensato asumir que el terminus ad quem no superaría ese año, a despecho de la reticencia de ilustres voces4. Por otra parte, la novela menciona el traslado de la Corte a Valladolid, que ocurrió en 1601, por lo que resulta difícil imaginar que la versión final del manuscrito se completara en fecha anterior. Considerando esto, hay algunas características del texto que, sin ser concluyentes, bien podrían hacer sospechar una redacción más cercana al límite inferior. En concreto, en el penúltimo capítulo se menciona una carta para un supuesto «mercader de Valladolid y [que] fingía que se la escribía otro de Medina de Rioseco»5 en la que se alude a la Corte. Valladolid aparece, sin embargo, escrito sobre Madrid, y Medina de Rioseco sobre un tachado Alcalá6. Las referencias al vallisoletano Ochavo cubren a duras penas un medio borrado Puerta de Guadalajara7. Estos cambios geográficos harían pensar en un lapsus calami, que el escritor enmendó adaptando las localizaciones a los nuevos tiempos. No parece probable que a alguien se le colara un desliz de estas características en una fecha cercana a 1606, último año en el que la Corte permaneció a orillas del Pisuerga. Otra posibilidad sería una versión primitiva, posteriormente corregida y completada.

Esta última hipótesis avalaría las sospechas de Carrasco, que llama la atención sobre las evidentes reminiscencias lazarillescas de los primeros siete capítulos en contraste con el Guzmán de Alfarache8. Esta huella de la composición en dos etapas se deja ver también en el prólogo, como hace notar Oltra, quien apunta a un texto inicial que se adaptó y continuó en una segunda fase cercana a 1604, no sin dejar de subrayar que el texto preexistente sufrió profundos cambios para acompasarlo con el estilo de la obra final9.

En resumen, podemos aventurar con casi total seguridad que la versión final del manuscrito preparado para la imprenta estuvo lista hacia 1604 y las galeradas 369 años más tarde. Es muy probable que previamente hubiera habido una primera versión con —al menos— una parte del libro, que se continuó y homogeneizó posteriormente en una sola etapa, dando forma al manuscrito que conocemos.

La escasez de datos sobre la producción de la novela o aspectos de la vida de su autor que pudieran dar pistas sobre ello han llevado a algunos estudiosos a especular sobre las influencias que podrían haber contribuido a dar forma al manuscrito. Al contrario que las inferencias bien fundadas sobre la inspiración celestinesca, lazarillesca y guzmaniana, que proveen sólidos fundamentos textuales que no dejan lugar a dudas, se han hecho también especulaciones sobre la influencia del Buscón, diríase que más para satisfacer los deseos del crítico que para explicar el texto. Sin embargo, recentísimos hallazgos documentales sobre la vida de Gregorio González ponen en entredicho la hipótesis de la inspiración quevediana al aportar una explicación más sencilla, plausible y, sobre todo, sustentada con evidencia documental.

La pista quevediana

Desde su tardía primera publicación, El Guitón Onofre ha suscitado dudas sobre una posible inspiración quevediana a partir de un manuscrito temprano de La vida del Buscón que, según los valedores de la hipótesis, debía de andar circulando ya a mediados de la primera década del siglo xvii. Silvermann plasma por primera vez esta idea al admitir que «it is not impossible that he [González] had some familiarity with an unpublished version of the Buscón»10.

Desde luego que El guitón Onofre bebe del manantial picaresco, así como también de las aguas cercanas de la literatura celestinesca, por lo que cabría pensar que, de haber un Buscón temprano en circulación, bien podría haber caído este en manos de González, al igual que otras obras lo hicieron11. Como señala Criado de Val12, el nexo con La Celestina se entrevera de forma hipertextual13 con el hilo argumental del Guitón, ya que el mismo pícaro ejerce el oficio de alcahueta —de forma tan poco desinteresada como el personaje de Rojas—, lo que reconoce Onofre de forma explícita cuando dice «Dios me vino a ver, que, aunque no me faltó cuidado, salí con mi empresa como Celestina con la suya»14. A partir de ahí y muy en consonancia con el espíritu de la época15, Onofre no pierde ocasión de sacar provecho del enamorado sacristán de la catedral seguntina16. Más allá de los aspectos argumentales, recuerda Criado de Val, se encuentran referencias propiamente intertextuales ya desde el mismo prólogo, donde se repiten temas y motivos que, en ocasiones, llegan casi hasta el calco de la formulación17.

Tampoco deja mucho espacio a interpretación la deuda del Guitón con el Lazarillo, que se deja notar intertextualmente ya desde las primeras líneas del prólogo, en las que González18 parafrasea la máxima de Plinio19 que aparece en el prólogo del relato anónimo20 y que también Mateo Alemán retoma21. El prólogo del Guitón, además, comparte con el del Guzmán las disculpas del autor, pues Alemán se excusa diciendo «bien veo de mi rudo ingenio y cortos estudios»22 y González con «fuera de que yo conozco mi rudeza y lo poco que alcanza mi ingenio»23.

Las relaciones entre los textos, al igual que con la Celestina, también llegan a concretarse con menciones metatextuales de las fuentes. Así, Onofre se lamenta en una ocasión diciendo «¡Ya estuviera en la casa lóbrega y oscura que temió Lázaro de Tormes!»24 y perora «¿Para que viniera un nuevo Lazarillo y le pusiera contra un poste y le dijera: —¡Olé! ¡Olé! ¡A los bobos, a los bobos, que yo no me mamo el dedo!»25. En otra ocasión, aparece una clarísima alusión al Guzmán de Alfarache, cuando Onofre se compara con el personaje de Alemán de la siguiente manera:

Todo esto es indecente a personas de mi cualidad, porque el ser limosnero no pertenece a guitones honrados, sino solo a pícaros que lo estudiaron en la corte de los beneficios. Allí, entre aquellos cardenales que corre esta moneda y suben el pobre a su misma cama26.

La propia metatextualidad es, paradójicamente, uno de los testimonios de más peso contra la hipótesis del Buscón temprano. Ante la reprimenda de su amo, Onofre asume los improperios con estoicidad admitiendo «que, pues hay primero y segundo pícaro, justo es darle compañero, que no puede pasar el mundo sin guitón»27. Aceptar la inspiración quevediana obligaría no solo a justificar por qué no se acredita el Buscón como las otras obras arriba mencionadas, sino también responder por qué queda aquí Pablos fuera de la cuenta de pícaros habidos.

Por el contrario, encontrar la herencia de Quevedo en el Guitón requiere una exégesis cuanto menos voluntariosa y, precisamente, este es el caso del argumento de Rico, quien se erige como la voz acaso más sonora en defensa de la hipótesis quevediana, en su búsqueda de apoyos en los que sustentar que el Buscón se compuso y empezó a circular hacia 160428. Si bien otros indicios hacen de la aparición temprana de la novela de Quevedo una hipótesis ciertamente plausible, la evidencia de su influjo en el Guitón ha resultado ser bastante más elusiva y queda muy lejos de la indiscutible presencia de La Celestina, el Lazarillo o el Guzmán. De esta manera, además de coincidencias temáticas difusas de un hipotexto compartido, y aún admitiendo el posible influjo de una tradición común de la que beberían ambas obras, Rico esgrime la incontestabilidad de la intertextualidad propia como prueba de que el genio de Quevedo inspiró las aventuras de Onofre. Emplea como piedra de toque una metáfora dental que habría de despejar cualquier duda sobre la relación de dependencia que une a la novela de González con la de Quevedo.

Hay que hacer notar que la cercanía léxica entre dientes y desterrar no es ajena al uso común, por lo que no habría requerido demasiado ingenio sacarle punta a determinadas combinaciones lingüísticas, como la siguiente anfibología involuntaria, cuya relectura jocosa se hace difícil pasar por alto:



A los cuales después días
siguientes siguió de tales vías y maneras,
que hizo desterrar y quitar dientes
y algunos condenar a galeras29.

Fuente:

En cualquier caso, podríamos aplicar a la broma dental la reflexión de Ynduráin, que le lleva a proponer que, de haber un deudor, este debió de ser Quevedo, «porque Quevedo intensifica, al reducir los temas y motivos ampliamente desarrollados en los textos que utiliza»30. Tiene más sentido —parece evidente y no solo en este caso— separar el oro de la ganga que llevar a cabo el proceso contrario, máxime cuando el supuesto perpetrador del destrozo de la chanza es un hombre leído y con formación retórica.

Más allá de afinidades léxicas, hemos de llamar la atención sobre otra acertada observación de Ynduráin acerca de «la presencia de los textos contra los que Quevedo escribe»31. Por lo que conocemos, no parece que el escritor tuviera una especial animadversión hacia González o siquiera que supiese de su existencia. Ynduráin ilustra su argumento con una réplica gongorina32 contenida en el romance «Aunque entiendo poco griego», publicado en 1610 pero que debió de haber empezado a circular profusamente como manuscrito desde algún tiempo antes33. Aparece en el poema la misma coincidencia léxica, lo que lleva a juzgar el supuesto origen quevediano de la ocurrencia de manera bien distinta:



[…] grandes hombres, padre e hijo,
de regalarse, el verano,
con gigotes de pepino,
y, los hibiernos, de nabo,
la política del diente
cometían luego a un palo,
vara, y no de vagabundos,
pues no los ha desterrado34.

Fuente:

Más enjundia podría tener que Onofre «sirva en Alcalá a un “señor don Diego… [sic] que era un santico”»35, a lo que Rico añade que Alcalá aparece tachado y sustituido por Salamanca. Este argumento pierde buena parte de su fuerza cuando se considera que en todo el manuscrito, como dijimos, hay correcciones toponímicas para trasladar el epicentro de la acción de Madrid a Valladolid, lo que habría de afectar también a una universidad bajo la influencia madrileña. Nótese que en la formulación de «piqué para Valladolid, que, como ya es Corte, es el paradero de los carros»36 no solo se señala que, desde el punto de vista de la voz narradora, la Corte se halla en Valladolid —recordemos que estuvo allí entre 1601 y 1606—, sino que, además, es una situación sobrevenida en un momento tan cercano que el cambio de ubicación merece ser reseñado. ¿Tendría sentido esto bien entrado 1604, tres años después de la llegada a Valladolid de la Corte? No es imposible, pero más sugiere un texto primitivo anterior. Por otra parte, tenemos otra posible fuente más probable en el Guzmán apócrifo, cuyo pícaro va también a Alcalá a estudiar y allí, además, se gana el sustento sirviendo de criado a cuatro de sus compañeros37.

En lo concerniente a los respectivos amos de los pícaros, las coincidencias terminan en el nombre. Poco más que este comparte el niño egoísta y, en gran medida, inductor de las fechorías de Pablos con el santico deseoso de enmendar a Onofre y cuya devoción lo lleva a ingresar en un monasterio. Tampoco la forma de entrar en conocimiento ayuda a sostener la fuente quevediana, pues la estancia de Onofre en el pupilaje remeda el episodio del clérigo de Maqueda hasta en las incursiones nocturnas para hurtar comida; en casa de Cabra, por el contrario, las circunstancias lazarillescas no provocan una reacción en las acciones de los personajes, de forma que la presencia hipotextual del Lazarillo en el Buscón aparece más difuminada que en el Guitón.

Este alejamiento de Quevedo del modelo lazarillesco lo determina también la relación entre los personajes. Mientras que el vínculo de servidumbre de Onofre es con el sacristán, al modo de Lázaro y el clérigo, y el resto de personajes permanece en segundo plano, Pablos llega al pupilaje ya al servicio de su amo y Cabra es un agente externo contrapuesto a ambos. No debemos pasar por alto la novedad que supone la resolución colectiva del episodio, «don Diego y yo nos vimos tan al cabo […]»38, ausente tanto en el Lazarillo como en el Guitón. Asimismo, el noble estudiante del Guitón entra en escena tras la fuga de Onofre y lo hace no como el casi compañero del Buscón, sino como reemplazo benevolente de su señor anterior, concatenado a la manera que se suceden los amos del Lazarillo. La escena, asimismo, evoca el encuentro con los estudiantes y los clérigos del Guzmán apócrifo39.

De cualquier forma, los motivos que llevan a Rico a decidir el sentido de la influencia no quedan del todo claros. Este parte de la premisa de que González había leído el Buscón, lo que le lleva a concluir que el manuscrito debía de andar en circulación en 1604. El problema es que esto conduce a un argumento circular, pues la clave que aguanta la premisa de Rico es que el manuscrito andaba en circulación en 1604, que es precisamente la conclusión a la que quiere llegar. La escasa solidez de la deducción es un aspecto que subraya Ynduráin:

Si la influencia de Mateo Alemán y su continuador es en el Buscón indudable, la de Quevedo en el Guitón es más discutible ya que cabe pensar en un cambio en la dirección de la influencia, esto es, que Quevedo haya tomado elementos de Gregorio González. Desterrar los dientes no me parece hallazgo tan original como para excluir una fuente común y, en cualquier caso, nada indica la dirección del influjo40.

Podríamos continuar discutiendo una por una todas las posibles instancias de transtextualidad entre el Guitón y el Buscón, pero otra explicación mucho más simple y bien documentada cuestiona de forma general todas las elucubraciones de la fuente quevediana.

Los rastros autobiográficos

Criado de Val no anda desencaminado cuando afirma que «las ciudades de Sigüenza, Salamanca y Valladolid son bien conocidas por Gregorio González»41, ya que representa las susodichas localidades con un grado de exactitud y con tantas menciones a detalles poco conocidos que se antoja inimaginable que pudiera haberlo hecho de oídas. No obstante, si algo ha dejado claro la historia de los estudios filológicos es lo arriesgado que resulta pretender explicar la obra mediante la biografía de su autor y, más aún, cuando tal biografía resulta ser más producto de las divagaciones del biógrafo que de la evidencia sobre la vida del biografiado42.

Con esta prevención en mente, abordamos el caso de Gregorio González y El guitón Onofre y nos encontramos con un paralelismo topográfico y cronológico tal y tan continuado entre la biografía del autor y los espacios y tiempos de su novela, que la interpretación rebuscada se haría necesaria no para apelar a la vida del autor como inspiración sino para argüir que las asombrosas coincidencias son casuales. Sea como fuere, la correspondencia resulta suficiente como contraargumento a la postura de Rico apelando al principio de parsimonia.

Para proponer esta explicación, claro está, necesitamos apuntar primero los hechos clave de la biografía de Gregorio González que lo unen a su personaje. Ahora, bien: ¿qué sabemos de la vida del autor? Se conocían algunos detalles clave gracias al Guitón. La novela está sembrada de vestigios de su vida desde los mismos preliminares. No solo encontramos en los paratextos multitud de declaraciones explícitas sobre la procedencia, empleo y formación del autor, sino que, además, en el propio relato se entretejen indicios implícitos que permiten rastrear datos de la vida de González.

La dedicatoria ya revela un dato fundamental, que Gregorio González estaba al servicio de la casa de Arellano y Navarra en la localidad riojana de Alcanadre. Las alabanzas así lo atestiguan también, y así encontramos lo siguiente en la «De don Juan Ramírez de Arellano, señor de las villas de Alcanadre, Agusejo y Murillo de Rioleza, al licenciado González, gobernador de su estado»:



Ansí pues, oh González, entendemos
por un bajo guitón y miserable
mejor tu raro ingenio y agudeza

Fuente:



que si como jurista, que sabemos
eres de nuestro tiempo el más notable,
subieras con tu pluma en grande alteza43.

Fuente:

De esta forma, pues, además de que administraba fincas de los Arellano, nos consta también que había estudiado leyes y se había licenciado en el algún momento. Esto último vuelve a notarse en la firma tras el vale, donde el autor antepone Ldo. a su nombre. Se confirma también su historial académico en uno de los sonetos, «Del licenciado Espinosa, colegial del Colegio Trilingüe de Alcalá de Henares, donde el autor lo fue, en su alabanza», que, aparte de la ya conocida titulación, aporta datos institucionales de gran valor para rastrear la vida de González a través de su etapa académica.



Lloraba Tormes y lloraba Henares.
Escucha Apolo con su sacro coro;
una misma es la queja, un mismo el lloro,
y aljófares que envían a los mares:

Fuente:



«Nunca te hurto yo los que tú pares.
En mis riberas con mis hijos moro;
no me robes mi hijo y mi tesoro».
Así llorando muestran sus pesares.

Fuente:



González, palmas son estas querellas
y gloria es vuestra que uno y otro os pidan,
y cada queja os sube más arriba.

Fuente:



Apolo manda que sus musas bellas,
Tormes y Henares, entre sí os dividan,
y él dice que tal lengua viva, viva44.

Fuente:

El mismo título señala sin ambages que González había estudiado en el Colegio Trilingüe de San Jerónimo de Alcalá de Henares y el poema revela que lo había hecho asimismo en Salamanca. Los documentos confirman este punto pues Moratilla García encontró en el Archivo Universitario de Salamanca la matrícula de Gregorio González de Rincón del Soto de Calahorra como alumno de cuarto curso de Leyes en el 12 de noviembre del año 1592 y su acta de bachiller del año 159445. Por lo tanto, podemos proponer con garantías que estudió en Salamanca y en el Colegio Trilingüe de Alcalá al igual que su condiscípulo Espinosa.

En el transcurso de esta investigación confirmamos documentalmente este punto. Entre los canonistas alcalaínos de 1596, se matriculó «Gregorio González de Rincón de Soto-Calahorra»46 y edad ilegible en septiembre, y el 24 de octubre de 1597, «Gregorio González de Calahorra»47, a lo que se añade, además, un dato de suma importancia para establecer la cronología de la vida del escritor: este contaba entonces veintidós años.

Puede concluirse, pues, que Gregorio González nació en Rincón de Soto, aldea de entonces de Calahorra, entre el 25 de octubre de 1574 y el 24 de octubre de 1575. Y, ciertamente, así lo confirma el asiento de su bautismo, también encontrado durante el curso de esta investigación, pues está fechado a 17 de mayo de 1575 en Rincón de Soto48. Después obtuvo su título de bachiller en Salamanca y continuó sus estudios en Alcalá, donde probablemente terminó por licenciarse como jurista49.

Lo que resulta llamativo de esto es que, conociendo aquellas ciudades de primera mano, cinco de los quince capítulos transcurran en Sigüenza y dos en una de sus pedanías y, además, el autor demuestre un minucioso conocimiento de la localidad. Por lo tanto, parece razonable postular una hipótesis que justifique su familiaridad con la ciudad del Doncel: González había estudiado, además de en Alcalá y en Salamanca, en la Universidad de Sigüenza, una universidad menor que estuvo activa entre 1489 y 1824. La idea ya la sugirió en 1985 el helenista y académico Manuel Fernández Galiano, quien aporta fundadas razones para creer que González conocía bien la ciudad del Henares50, pero que zanja el paso del escritor por las aulas seguntinas diciendo «que evidentemente había estudiado también en Sigüenza»51. No elabora más el erudito, acaso porque, como seguntino de adopción, tuvo por innecesario extenderse en la obviedad, considerando que la novela hablaba por sí misma.

La corazonada de Fernández-Galiano no podía ser más acertada. Otro nuevo hallazgo se suma a los del bautismo y los libros de matrículas de Alcalá, y es que, en efecto, en los libros de la universidad seguntina, custodiados hoy en el Archivo Histórico Nacional, aparece Gregorio González, vecino de Calahorra, entre los estudiantes de 1589. Concretamente, se matriculó para oír Súmulas el 9 de octubre mostrando cédula del examen de gramática52. Podemos establecer, ahora sí, que llegó a estudiar a Sigüenza con catorce años, que había visitado antes una escuela de gramática —posiblemente la de Calahorra53—. La siguiente noticia de González es ya de 1592 en Salamanca. Es probable que fuera allí incluso antes y que le convalidaran lo que cursó en Sigüenza54, pues es una matrícula de cuarto año55.

La Universidad de Sigüenza otorgaba el grado de Bachiller en Artes tras dos años y el estudiante podía continuar sus estudios otros dos años más para licenciarse56. Dado que González consiguió su título de Bachiller en Salamanca y después fue a Alcalá sin haberse licenciado, podemos asumir que su paso por la ciudad del Doncel le proporcionó más inspiración literaria que gloria académica, ya que su nombre no vuelve a aparecer entre los matriculados del año siguiente.

La falta de una mención explícita en el paratexto no debe llamar a sorpresa, pues esta universidad gozaba por aquel entonces de poco prestigio, algo de lo que, por ejemplo, se sirve Cervantes para ironizar sobre el cura Pero Pérez, «que era hombre docto, graduado en Sigüenza»57. Por lo que parece, la universidad seguntina tenía fama —y no inmerecida, nos tememos— por la liberalidad con la que otorgaba títulos y convalidaba cursos. Esto puede comprobarse en el propio libro de matrículas donde se hallan folios y folios de probanzas de estudiantes procedentes de otras universidades a los que se les reconocen cursos y fracciones de estos en una proporción desmedida en comparación con los libros de universidades de prestigio como Alcalá y Salamanca. A finales del siglo xvi, esta universidad menor era ya una institución decadente y corrupta, con instalaciones inadecuadas y falta de recursos, atendida por unos frailes cerriles que saboteaban cualquier intento de modernización y donde enseñaban profesores de tercera que ocupaban sus cátedras más gracias a conexiones personales y sobornos que a su erudición, con alumnos indisciplinados y más ocupados en holgar que en sus estudios y toda una suerte de despropósitos que hacían de ella un centro de enseñanza singular58.

Sin embargo, no era extraño que jóvenes riojanos acudieran a estudiar a aquella universidad de provincias, dada la proximidad geográfica, como indica Cabo Aseguinolaza59. De hecho, no llega a los 200 km la distancia que separa Sigüenza de Logroño y el trayecto se hace en su mayor parte por buen camino, lo que explica que, por ejemplo, en la propia página de la matrícula de González aparezca otro sumulista riojano60.

Vidas paralelas

Los pueblos natales de Onofre y González, al contrario que hoy, no debían de ser muy diferentes por la época. El pícaro es natural de la pedanía seguntina de Palazuelos, una localidad con curato propio cuya parroquia se hacía cargo de las almas de aldeas cercanas, como atestiguan los libros parroquiales de la época de la iglesia de San Juan Bautista; González nació en Rincón de Soto, una aldea de Calahorra. Sabemos que, a finales del siglo el siglo xvi, Palazuelos contaba con sesenta vecinos61, mientras que en Rincón de Soto vivían doscientas personas62. La diferencia en cuanto a la extensión del casco urbano debía de ser bastante menor que la de su población; puede dar una idea de ello que, a mediados del siglo xviii, teniendo ambas localidades aproximadamente los mismos vecinos que dos siglos antes —vecino arriba, vecino abajo—, Palazuelos tenía 64 casas habitables63 y Rincón de Soto 9964.

Asimismo, Onofre resulta ser un tanto excepcional en los usos picarescos, pues su origen no es vil65. Esto, sumado a las características de su lugar de origen, nos lleva a conjeturar que sus primeros años podrían haberse acercado bastante a lo que González conocía de su propia infancia. Podríamos igualmente entrar en las implicaciones del ambiente prenatal en el desarrollo de la persona, reminiscencias de la escuela galénica en la idiosincrasia de la época66, pero nos conformaremos con señalar las semejanzas de los puntos de partida sin retrotraernos más allá.

A partir de aquí, los caminos de autor y personaje no se separan, y podemos afirmarlo en toda su literalidad. Si González llegó a Sigüenza siguiendo el trayecto habitual, debió de ir cómodamente por camino de ruedas que transcurre por Castejón, Ágreda, Hinojosa, Tapuela, Almazán y Viyasayas67 para, a la altura de Paredes, tomar la variante más angosta que lleva a la ciudad mitrada, a cuya derecha, poco antes de llegar, se atisban las murallas de Palazuelos. González tuvo que haberlas contemplado necesariamente: evitar su visión a paso de caballería hubiera requerido cabalgar durante minutos con la cabeza vuelta o con los ojos cerrados, lo que se antoja harto improbable.

No nos consta que González conociera Palazuelos personalmente más allá de esa vista panorámica, ya por haberse detenido allí en este viaje o por otra razón, pero es probable que hubiera tenido trato con palazueleños en Sigüenza o hubiera oído hablar de la localidad a alguien con conocimiento de causa. La visión lejana y el escrutinio cercano ilustran bien tanto la descripción que González hace de la imponencia de aquellas murallas desde la lontananza como —sepan perdonarme los bubillos— la decepción al encontrar lo que estas defienden, y responde a unos hechos que no dejan aún hoy de admirar a los visitantes.

Si González se familiarizó después con los palazueleños, ganarían peso a las sospechas de Cabo Aseguinolaza sobre la intención irónica del nombre68. Onofre dice sobre su onomástica que «porque yo nací día de señor Sant Onofre, no queriendo quitarme lo que Dios y el derecho me daban, me llamaron Onofre Caballero»69. Sin embargo, la información oblicua que nos llega de los libros sacramentales70 no da pie a suponer que fuera común bautizar con el nombre del santo del día en la parroquia de San Juan Bautista de Palazuelos por aquella época, como tampoco era costumbre en Sigüenza.

La edad a la que Onofre llegó a Sigüenza nos la dice el propio pícaro al declarar que, cuando se marchó atropelladamente de la ciudad, «era muchacho de catorce o quince años»71. Si el Guitón había llegado en periodo lectivo, como indica la presencia de estudiantes en la casa, y se marchó antes de que comenzara el nuevo curso, pues aquellos aún no habían vuelto, cabe pensar que permaneció en la ciudad alrededor de un año. De esta manera, queda claro que Onofre llega a la localidad serrana teniendo exactamente la misma edad que tenía González cuando hizo lo propio para matricularse en su universidad.

No podemos afirmar a ciencia cierta que Onofre también se matriculara allí, pero esto no sería ajeno al modelo genérico, pues hasta el pícaro por antonomasia fue universitario72 —también en un pupilaje—. En cualquier caso, Onofre se alojó con estudiantes. «Había en casa tres estudiantes pupilos, a quien mi amo por concierto sustentaba. Hiciéronme cama junto a los estudiantes, y luego hicimos camarada, que, aunque yo era el más pequeño, no el más bueno. Presto me hice de su masa, que hombre vergonzoso el diablo lo llevó a palacio. Enseñáronme a vivir, que beber yo me lo sabía»73. Compárese con el Guzmán apócrifo cuando el protagonista dice:

Cobráronme todos mucha voluntad, y con la novedad de mis cosas y gusto que les daba mi plática, les entretuve hasta las doce. […] Y quedé puesto en hábito decente y aceptado por criado de cuatro estudiantes, que pensaban estar de camarada acabado su alojamiento franco74.

Los usos del seguntino Colegio San Antonio de Portaceli inclinan a pensar que González también fue externo, por lo que se acomodaría de forma análoga a los estudiantes de la novela. Las constituciones vetaban la admisión como colegiales a candidatos con posibles75, lo que termina plasmándose por escrito en el décimo punto interrogatorio para nuevos colegiales de 1597, que, como sabemos por su paso por Salamanca y Alcalá, no es precisamente el caso de González.

Si saben que el dicho fulano no tiene renta espiritual ni temporal que exceda de veinte florines de Aragón y que sus padres no le pueden sustentar en alguna universidad de estos reinos sin notable detrimento de su hacienda, digan como lo saben76.

A pesar del nombre, la casa del sacristán más se regía como una gobernación de camaristas por aposento y servicio que como un pupilaje77 y, ni siquiera eso, pues la comida de Onofre y su amo la ponían los propios estudiantes, así como «la ama, que estaba por su cuenta»78. Desde aquí y hasta que los estudiantes se van por Pascua de Resurrección79, nada lleva a pensar que haya una relación de servidumbre con los huéspedes y mucho a que esta es horizontal. Onofre asiste personalmente al sacristán pero, el resto del tiempo, se desenvuelve junto a los otros jóvenes de igual a igual. Sirva para ilustrarlo el siguiente fragmento.

Dimos fin al nuestro cuando en el coro a la misa, y acudimos a casa, donde ya nos estaban esperando la mesa puesta y comida aderezada. Comimos, como dijo mi amo, para vivir. No estimé yo poco su buen término, que, pues me leyó la cartilla, señal que no se quería hacer de los godos. Practicamos en comiendo todos de conformidad una vana y dos vacías. No había jugador tan torpe que no rechazase su pelota. En tocando a vísperas, acudimos a la obligación, cumplimos con ella y, en acabando, dimos con nuestros cuerpos en el juego de bolos. ¡Qué bien sabe el entretenimiento, echado el cuidado aparte! Holguéme de verlo: todo lo nuevo aplace. Al anochecer a casa, cena puesta y mesa aderezada. Esta vida padre y madre olvida. No la tiene mejor el Papa80.

Compárese esto con la jerarquía en casa de Cabra, donde «comían los amos primero y servíamos los criados»81. Y ni esto aseguraba el condumio, pues la servidumbre estaba a merced del apetito y la buena voluntad de sus amos para poder satisfacer sus necesidades alimenticias:

Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa y, en el plato, dos pellejos y unos güesos; y dijo el pupilero:

—Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo.

—¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado —decía yo—, que tal amenaza has hecho a mis tripas!

Echó la bendición y dijo:

—Ea, demos lugar a la gentecilla, que se repapile, y váyanse hasta las dos a hacer ejercicio, no les haga mal lo que han comido82.

Cabo Aseguinolaza es prudente y expresa sus dudas al respecto diciendo «no lo sabíamos. ¿Acudió en Sigüenza a la Universidad? ¿O miente a don Diego? Posteriormente asegurará en dos ocasiones que sabe latín»83. Lo hace la primera vez hablando con el procurador y Cabo Aseguinolaza vuelve a plantear si Onofre no habría estudiado en Sigüenza o Salamanca84.

—Al fin, señor, primum mihi, secundum tibi.

—¿Latín sabe Vm.? —dijo él.

—Sí, señor, por mis pecados

—le respondí85.

La segunda vez que Onofre hace mención de su latín es casi al final, cuando le dice al prior de los dominicos «mis trabajos han sido holgar. Solo he tomado por entretenimiento el saber un poco de latín. Eso sé razonablemente, porque en otras facultades no me he empleado por ser persona de huelga y poco ejercitado en trabajos»86. A esto hay que añadir una tercera ocasión en la que no solo admite su conocimiento de la lengua sino que emite un juicio de valor sobre la destreza del sacristán: «Sin duda él había tenido a Aristóteles en romance y le leía como libro de caballerías, porque —a lo que agora juzgo— el latín no se le sobraba por el colme»87.

La cuestión se plantea porque don Diego se dirige a Onofre diciendo «pues eres estudiante, me sirvas y se gaste el tiempo, lo poco que de la vida nos resta, en servir a Dios primeramente y en estudiar»88. ¿Qué lleva al noble a pensar que Onofre es estudiante? En la época era sencillo reconocer a uno a simple vista por su indumentaria y —recordemos— Onofre había emprendido la fuga con lo puesto. Los estatutos de la universidad seguntina no prescriben nada explícitamente a sus estudiantes externos, aunque existen documentos que se refieren a ellos como manteístas, por lo que podemos asumir que usaban manteo y, deducir que, al igual que los estudiantes de otras universidades, vestirían bajo ella una loba89. Tengamos en cuenta la forma en que se subrayan en el Onofre apócrifo las dificultades que entraña hacerse pasar por estudiante sin disponer de la indumentaria al efecto90, y esto, además, en un episodio que comienza precisamente de forma similar al encuentro del pícaro con su amo. Por lo tanto, a falta de otra referencia más explícita, ¿no sería esta una explicación plausible de la deducción de don Diego?

El caso es que Onofre se escapó y se puso a atender a don Diego, a cuyo servicio permaneció «dos años y más»91. Podemos suponer que durante este tiempo continuó con él sus estudios, pues así lo deja entrever el pícaro: «como cursé tanto el escribir —que a criado y amo nos duró más de un año—, híceme grande escribano»92. Finalmente, Onofre se marcha a la la Corte de Valladolid, mientras que González, por lo que sabemos, tan solo se acercó a la de Madrid, pues dio a parar en Alcalá de Henares.

Conclusiones

Como hemos visto, el personaje Onofre Caballero emprende sus primeros pasos siguiendo las huellas que había dejado Gregorio González en su propio camino vital. Onofre y Gregorio llegan a Sigüenza a la edad de catorce años procedentes de sendas aldeas satélite de sede episcopal de provincias y alcanzan la ciudad del Henares por la carretera de Palazuelos. Una vez en ella, los dos participan en la vida universitaria y, posiblemente, ambos lo hacen en calidad de estudiantes externos. Podemos conjeturar, también, que los dos jóvenes se alojan en un pupilaje hasta que, al año de haber puesto pie en la ciudad del Doncel, autor y personaje la abandonan para marchar a Salamanca donde, presumiblemente, ambos continúan su formación. Se asientan en la vega del Tormes durante varios años hasta que la dejan, separando ahí sus respectivos caminos.

Bien es cierto que esto no explica las situaciones propias de la ficción, pero sí sugiere que las localizaciones y tiempos de gran parte de la narración, precisamente las que están en cuestión para buscar relaciones con el Buscón, se inspiraron en vivencias personales del autor. Los escenarios donde se mueven los personajes de González son reproducciones de aquellos en los que transcurrió su vida y el tiempo narrativo hasta su partida de Salamanca es un calco de su biografía. Ahora bien, ¿podemos afirmar tajantemente que esto descarta que la obra de Quevedo ejerciera influencia en el proceso creativo de González? La clave de la respuesta hemos de buscarla en el adverbio.

Solo una datación precisa de la novela de Quevedo en fecha posterior a la composición del Guitón permitiría descartar la cuestión de forma definitiva. Hay argumentos muy sensatos que apoyan la existencia de una primera versión del Buscón alrededor de 1604, como hay otros no menos meritorios que retrasan la fecha. Lo que no parece tan claro es que el Buscón —estuviera en circulación en esa fecha o no— ejerciera influencia en la obra de Gregorio González. La implausibilidad radica en que, al contrario que con la Celestina, los Guzmanes y el Lazarillo, no se reconoce la deuda en el texto como sí se hace explícitamente con esas otras fuentes. Además, de confirmarse la aparente cercanía temporal de las primeras elaboraciones del Guitón con el traslado de la Corte a Valladolid, se haría obligado adelantar el terminus ad quem del Buscón varios años antes de 1604.

Hemos presentado asimismo una hipótesis alternativa sencilla y respaldada por eventos documentados de la vida del autor que se ajusta perfectamente al texto. En otras palabras, por un lado tenemos la imitación de una novela de la que ignoramos si González la había leído, cuya evidencia de estar en circulación en la época —aún no siendo inverosímil— es circunstancial. Por otro lado, la mímesis de tiempos y lugares de la biografía del propio autor sobre los que ahora tenemos total certeza. La prudencia desaconseja asumir la primera aproximación como fundamento sobre el que sostener una hipótesis, máxime cuando, como es el caso de la datación del Buscón a través del Guitón, la propia conclusión es parte de la hipótesis.

Finalmente, los documentos encontrados en el curso de esta investigación arrojan algo más de luz sobre la biografía de Gregorio González y contribuyen en su pequeña medida a completar el rompecabezas de la vida del escritor riojano, desde su fecha de nacimiento a sus años de estudio en Sigüenza y Alcalá. Con suerte, estos datos servirán de ayuda para desenterrar otros en el futuro.

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Notas

* Este trabajo se ha escrito en el marco de los proyectos Sound and Meaning in Spanish Golden Age Literature (FWF, Austrian Science Fund, P32563-G) y The Interpretation of Childbirth in Early Modern Spain (FWF, Austrian Science Fund, P32263-G30). Muchas gracias a Miguel Ángel Rodríguez y Javier Fernández Cascante por su desinteresada colaboración.

1 Carrasco, 1973.

2 Cabo Aseguinolaza, 1993, pp. 17-19.

3 Tamayo de Vargas, Junta de libros, p. 386.

4 Maravall, 1986, p. 83.

5 González, El guitón Onofre, p. 197.

6 Carrasco, 1973, p. 197, nota 6.

7 Carrasco, 1973, p. 198, nota 9.

8 Carrasco, 1973, p. 24.

9 Oltra, 1984, pp. 70-71.

10 Silvermann, p. 14.

11 Criado de Val, 1979, p. 540.

12 Criado de Val, 1979, p. 541.

13 Consideramos el marco teórico sobre transtextualidad descrito por Genette (1982, pp. 7-14), del que la intertextualidad es solo un caso particular. Para un ejemplo de aplicación sistemática de la clasificación, ver Sanz-Lázaro, 2020.

14 González, El guitón Onofre, p. 115.

15 Kroll, 2018.

16 Sobre los nexos celestinescos, ver Moratilla García, 1989a, pp. 58-65.

17 Criado de Val, 1979, p. 541.

18 González, El guitón Onofre, p. 65.

19 «Dicere etiam solebat nullum esse librum tam malum ut non aliqua parte prodesset» (Plin., Epist., III, 5, 10).

20 Anónimo, El Lazarillo, p. 4.

21 Alemán, Guzmán de Alfarache, p. 13.

22 Alemán, Guzmán de Alfarache, p. 13.

23 González, El guitón Onofre, p. 65.

24 González, El guitón Onofre, p. 114.

25 González, El guitón Onofre, p. 155.

26 González, El guitón Onofre, p. 184.

27 González, El guitón Onofre, p. 125.

28 Rico, 1984, p. 234, nota 11.

29 Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, fol. 210v.

30 Ynduráin, 2014, p. 79.

31 Ynduráin, 1986, p. 78.

32 Ynduráin, 2014, p. 79, nota 88. Desconocemos el modo en que Ynduráin pretendía esgrimir esto, aunque parece claro que tenía un argumento al respecto que debió de perderse durante la edición y fue pasado por alto en las sucesivas reediciones del texto, pues abre la nota diciendo «El texto es éste:» sin haberlo mencionado previamente. Se repite la elipsis en la reelaboración de 1986 (Ynduráin, 1986, p. 133, nota 80).

33 Cano Turrión, 2007, p. 25.

34 Góngora, «Aunque entiendo poco griego», vv. 25-32, énfasis añadido.

35 Rico, 1984, p. 234, nota 11.

36 González, El guitón Onofre, p. 183, énfasis añadido.

37 Segunda parte del Guzmán, pp. 321 y ss.

38 Quevedo, El Buscón, p. 74.

39 Segunda parte del Guzmán, pp. 311-313.

40 Ynduráin, 2014, p. 79.

41 Criado de Val, 1979, p. 540.

42 En este sentido se pronunció con vehemencia el profesor Luis Iglesias Feijoo en el XIX Coloquio Anglogermano sobre Calderón celebrado en Viena, donde denunció la arbitrariedad de explicar la obra de Calderón dando carta de naturaleza a cualquier hipótesis sobre la biografía del autor, por peregrina que sea.

43 González, El guitón Onofre, p. 59.

44 González, El guitón Onofre, p. 63.

45 Moratilla García, 1989b, pp. 478-479.

46 Libro de matrículas y pruebas de curso, 1594-1598, fol. 167r.

47 Libro de matrículas y pruebas de curso, 1594-1598, fol. 225r.

48 Ver Sanz-Lázaro, 2021b. A 27 de mayo en el calendario gregoriano.

49 Esto abre la puerta a un nuevo interrogante, pues los colegiales de San Jerónimo —con la salvedad de los de hebreo, que podían atender a la cátedra de Biblia siempre que hubieran cursado Artes— tenían expresamente prohibido asistir a cualquier otra enseñanza ajena a la propia del colegio. Ver Alvar Ezquerra, 1999, p. 521.

50 Al igual que González, el río Henares atraviesa Sigüenza en su curso alto antes de llegar a Alcalá; el soneto de Espinosa sigue vigente.

51 Fernández-Galiano, 1985, p. 200.

52 Libro de matrículas y pruebas de curso, 1587-1618, fol. 6v.

53 Tenía prestigio y la costeaban los pueblos de los alrededores. Como curiosidad, en ella había estudiado el místico carmelita fray Juan de Jesús María, El Calagurritano, apenas una década antes de González (Strina y Fernández, 1996).

54 Sabemos que en Sigüenza se concedían los grados menores en la mitad de tiempo que en Alcalá (Gómez García, 2019, p. 442) y uno menos que en Salamanca, donde se admitía la convalidación de cursos (Constitutiones, 1583, fol. 26, cons. xix).

55 Tras la signatura AUSA, 306, correspondiente al curso 1588/1589, sigue AUSA, 307, correspondiente al curso 1592/1593. Desafortunadamente, no he podido hallar las matrículas de los cursos 1590/1591 y 1591/1592, que aclararían este particular.

56 Excepto la Licenciatura en Medicina, que requería cuatro años de estudio tras el Bachillerato y dos de ejercicio. Ver Davara, 1986, p. 194.

57 Cervantes Saavedra, Don Quijote, p. 116.

58 Fernández Galiano, 1984, p. 206.

59 Cabo Aseguinolaza, 1995, p. 23.

60 Téngase en cuenta la escasez de alumnos de la Universidad de Sigüenza, apenas un folio de sumulistas.

61 González, El guitón Onofre, p. 338. El número de almas suele ser entre cuatro y cinco veces el número de vecinos.

62 González, 1829, p. 386.

63 Respuestas generales, 1752a, fols. 486v-487r.

64 Respuestas generales, 1752b, fol. 30r-30v.

65 Sanz-Lázaro, 2021a, p. 751.

66 Bonet Ponce, 2021, p. 28.

67 Escribano, Itinerario español, p. 93.

68 Cabo Aseguinolaza, 1995, p. 229, nota 15.

69 González, El guitón Onofre, p. 73.

70 Sobre la información oblicua que puede obtenerse de estas fuentes, ver Aichinger y Dulmovits, 2020.

71 González, El guitón Onofre, p. 140.

72 Alemán, Guzmán de Alfarache II, pp. 402-431.

73 González, El guitón Onofre, p. 93.

74 Segunda parte del Guzmán, p. 321.

75 Montiel, 1963, p. 25.

76 Montiel, 1963, pp. 63-54.

77 Sobre pupilajes y camaradas estudiantiles, ver Rodríguez-San Pedro Bezares, 1983.

78 González, El guitón Onofre, p. 102

79 Dice Fernández Galiano que, «en lo atañente a las vacaciones, tal vez nos parezca, como al pobre sacristán, que se marcharon demasiado pronto. Pero no olvidemos que estamos ante una Universidad [sic] decadente y llena de defectos» (1985, p. 206).

80 González, El guitón Onofre, p. 93.

81 Quevedo, El Buscón, p. 68.

82 Quevedo, El Buscón, pp. 70-71.

83 Cabo Aseguinolaza, 1995, p. 250, nota 36.

84 Cabo Aseguinolaza, 1995, p. 262, nota 82.

85 González, El guitón Onofre, p. 207.

86 González, El guitón Onofre, p. 219.

87 González, El guitón Onofre, p. 92.

88 González, El guitón Onofre, p. 145.

89 Montiel, 1963, p. 342.

90 Segunda parte del Guzmán, pp. 311-318.

91 González, El guitón Onofre, p. 146.

92 González, El guitón Onofre, p. 200.

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